martes, 22 de abril de 2008

“Intellectual property has the same shelf life as a banana”
Bill Gates

Muchas veces pienso lo difícil que nos resulta a algunos ganarnos los garbanzos –aunque no me quejo, que conste- y lo relativamente fácil que les resulta a otros, al menos en algunas ocasiones. ¿Se acuerdan del personaje de “Love Actually” cuyo medio de vida era el cobro de los derechos de autor de una antigua canción que había compuesto su padre o su abuelo?.....
Pues eso. Usted, lector avezado a la par que astuto –como todos los del Jardín- sabe de sobra que, cuando compra un cedé grabable, parte de los leuros que paga van a parar no al fabricante del plástico en sí (imagino que perdido en algún país asiático) ni al de la caja o tarrina, ni siquiera al del papel donde cuidadosamente usted apunta los títulos de las canciones (o al menos eso hacemos algunos raros). No. Van a parar a algún genio de la creación musical, como justa remuneración por compartir con usted su arte, así como defensa ante las continuas agresiones y vilipendios al que su propiedad intelectual se ve sometida día tras día. Al menos eso es lo que opina el legislador ejpañol.
Lo curioso es que sólo ciertos genios creadores se ven beneficiados por este canon. Es decir, el legislador (el mismo de antes) asume que los mortales compramos discos vírgenes únicamente para copiarnos long plays de Ramoncín o películas de los Bardem. Lógico. ¿A quién se le va a ocurrir grabarse la Novena Sinfonía de Beethoven, el Revolver de los Beatles o incluso alguna versión remasterizada de las mejores danzas tribales senegalesas? Me hace gracia ver y escuchar a los artistas angustiados ante los males que les asedian (el otro día escuché incluso a la presidenta de la Academia de Cine diciendo que una de las principales causas de la negativa situación del cine español era la burbuja inmobiliaria; chale güevos….). Está claro que el que no llora no mama, pero quizá deberían pensar que, en un mundo donde la tecnología manda y cada vez más, el modelo de negocio de la distribución musical también debería evolucionar. Si supiese cómo no estaría escribiendo esto, pero no dudo que alguien responderá pronto a la pregunta del millón. Y ese día a lo mejor nos libramos del impuesto revolucionario. Perdón, del canon por copia privada.

martes, 15 de abril de 2008

“De todo se regresa menos del ridículo”
Juan Domingo Perón

Lo siento, pero no aguantaba más. Sé que es un tema prácticamente agotado en las últimas semanas, pero me resisto a que en el Jardín no exista una referencia –breve- sobre la irrupción en nuestras vidas de Chikilicuatre.

Algo tendrá Eurovisión. Desde 1956, cada primavera nos reunimos para presenciar en directo uno de los eventos (no deportivos, por supuesto) con mayor audiencia de la televisión mundial. Pese al ámbito europeo del concurso, el Festival llega a lugares tan dispares como Australia, Jordania, India o Vietnam. Insisto, algo tendrá.

Es complicado definir el estilo musical de los temas que concurren a Eurovisión. Quizá el adjetivo que mejor los define es simplemente pop, aunque mi favorito sin duda es el término “canción ligera”, injustamente olvidado desde los 80. En cualquier caso, el estilo es lo de menos. El festival se ha convertido en un evento entrañable cuyo interés radica no sólo en las canciones, sino en cualquier aspecto de la gala, por trivial que sea: las coreografías, el exceso de peso de los coristas, el infame esmoquin blanco del director de la orquesta, etc. Un ejemplo de estas cosas es la edición de 1997 en Dublín, que me pilló estudiando en dicha ciudad. Mis amigos guiris y yo (que allí también era guiri) nos reunimos para cenar y ver el festival, en una noche en la que predominaron las cervezas, las risas y un inusual sentimiento de patriotismo: Imagino que el estar lejos de casa ayuda a que todo lo que suena a España suene bien, y nadie piense en naciones plurinacionales y demás memeces ideadas por nuestros excelsos políticos. ¿Quién era el representante español? No lo recuerdo. ¿A quién le importa?

En Eurovisión nos han representado desde artistas de calidad incontestable (Julio Iglesias, Raphael o Mocedades) hasta triunfitos (alumnos y profesores), pasando por artistas incomprendidos (como Remedios Amaya, a quien su barca llevaba sin duda a la deriva), o especialistas en verbenas de pueblo (La Década Prodigiosa). Todos diferentes, pero todos con su puntito eurovisivo. Hasta este año, en que el esperpento se ha apoderado del Festival. Lo del Chikichiki representa un atentado contra cualquier evento musical, incluso contra uno no caracterizado por su exquisitez, como Eurovisión. Es cierto que las audiencias mandan, pero esta vez se nos ha ido la mano. No creo que el futuro de Eurovisión pase por convertirse en una galería de sujetos casposos cuya principal función en la vida es rellenar los minutos de la basura de los late night televisivos. Pero el riesgo está ahí, y no lo tendremos claro hasta el 24 de mayo. Que Dios pille a los serbios confesados.