martes, 23 de octubre de 2007


“Dancing is the vertical expression of a horizontal desire”
George Bernard Shaw


Para muchos la música no es música si no está acompañada de algún tipo de danza o baile. Según la RAE, bailar es “ejecutar movimientos acompasados con el cuerpo, brazos y pies”. Acompasados con la música, se entiende, aunque uno se encuentra por el mundo verdaderos maestros de la danza desacompasada, e incluso (lo que ya está al alcance de muy pocos) acompasada con otro compás totalmente distinto al de la canción en cuestión…

Personalmente me encantan todos aquellos temas que poseen esa capacidad casi fantasmagórica de hacer que nuestros pies se despeguen inconscientemente del suelo. Incluso para un bailarín tímido y patoso (el segundo adjetivo explica el primero) como servidor, las canciones que incitan al baile tienen una especie de magia singular.

Eso sí, como en el mundo en que vivimos está todo inventado, existen canciones fabricadas con pack especial de regalo, que incluye baile diseñado ad hoc. Una de las primeras fue la Yenka, cuya antológica contraportada de single (en la foto, gracias al inagotable archivo de The Fool on the Hill) proporcionaba instrucciones precisas para el bailecito. La verdad es que, como todo lo nuevo, tenía su gracia. Ahora bien, los problemas empiezan cuando este tipo de canciones se multiplican con una rapidez superior a la de un Gremlin en una piscina. Y, de acuerdo con el teorema de Racoon, la calidad de un tema es inversamente proporcional a la probabilidad de que tenga baile incorporado. Ahí están los ejemplos: “Saturday night”, “No rompas más mi pobre corazón”, “Aserejé”, etc., etc.

Cierto es que algunos de estos bailes prefabricados tienen su punto de diversión. Incluso algunos intérpretes han creado bailes para la historia, como el gran Travolta (capaz de hacer una comedia de sí mismo en la mítica escena de Pulp Fiction). Pero qué quieren que les diga, hay cosas que no pueden ser. Cuando veo en la tele a esa niñita berreando eso de “antes muerta que sencilla” tengo que reprimirme para no desearle la más absoluta sencillez……

martes, 9 de octubre de 2007




“There is a great correlation between music and images”
Graham Nash

El tiempo vuela. Recuerdo cuando, no hace tantos años, gustaba de curiosear entre los nuevos discos que llegaban a las tiendas de música. Lo de menos era comprar mucho, poco o nada; simplemente la sensación de mirar las portadas aquí y allá, sus fotos y su inconfundible olor a cartón nuevo hacían que la visita mereciese la pena.

Hubo una época en la que a cada gran álbum estaba asociada, casi sin excepción, una gran carátula. ¿Quién no recuerda la imagen de los Beatles cruzando el paso de cebra de Abbey Road? ¿O el plátano pintado por Warhol para la Velvet Underground (desde mi punto de vista una de las portadas más sobrevaloradas de la historia, pero histórica al fin)? ¿O los números convertidos en retratos del Ghost in the Machine de The Police? (en la foto) ¿O incluso –barriendo para casa- el genial jeroglífico con el que Siniestro anunciaba sus Grandes Éxitos (“Gran D – Sexitos”)?

Hoy las carátulas están en peligro de extinción. No hay sitio para ellas en un mundo en el que los títulos de los temas han sido sustituidos por un mero “la nº3”, o en el que con un par de clicks es posible obtener la discografía completa de tu banda favorita, para escucharla sin interrupciones en tu Focus tuneado.

El Jardín de hoy recuerda aquellos tiempos en los que los discos eran, como su nombre aún indica, álbumes. Quién sabe, quizá dentro de unos años algún loco melancólico me ofrecerá una fortuna por mis viejos vinilos y sus fundas de cartón. No creo que acceda al trato.