
Bill Gates
Muchas veces pienso lo difícil que nos resulta a algunos ganarnos los garbanzos –aunque no me quejo, que conste- y lo relativamente fácil que les resulta a otros, al menos en algunas ocasiones. ¿Se acuerdan del personaje de “Love Actually” cuyo medio de vida era el cobro de los derechos de autor de una antigua canción que había compuesto su padre o su abuelo?.....
Pues eso. Usted, lector avezado a la par que astuto –como todos los del Jardín- sabe de sobra que, cuando compra un cedé grabable, parte de los leuros que paga van a parar no al fabricante del plástico en sí (imagino que perdido en algún país asiático) ni al de la caja o tarrina, ni siquiera al del papel donde cuidadosamente usted apunta los títulos de las canciones (o al menos eso hacemos algunos raros). No. Van a parar a algún genio de la creación musical, como justa remuneración por compartir con usted su arte, así como defensa ante las continuas agresiones y vilipendios al que su propiedad intelectual se ve sometida día tras día. Al menos eso es lo que opina el legislador ejpañol.
Lo curioso es que sólo ciertos genios creadores se ven beneficiados por este canon. Es decir, el legislador (el mismo de antes) asume que los mortales compramos discos vírgenes únicamente para copiarnos long plays de Ramoncín o películas de los Bardem. Lógico. ¿A quién se le va a ocurrir grabarse la Novena Sinfonía de Beethoven, el Revolver de los Beatles o incluso alguna versión remasterizada de las mejores danzas tribales senegalesas? Me hace gracia ver y escuchar a los artistas angustiados ante los males que les asedian (el otro día escuché incluso a la presidenta de la Academia de Cine diciendo que una de las principales causas de la negativa situación del cine español era la burbuja inmobiliaria; chale güevos….). Está claro que el que no llora no mama, pero quizá deberían pensar que, en un mundo donde la tecnología manda y cada vez más, el modelo de negocio de la distribución musical también debería evolucionar. Si supiese cómo no estaría escribiendo esto, pero no dudo que alguien responderá pronto a la pregunta del millón. Y ese día a lo mejor nos libramos del impuesto revolucionario. Perdón, del canon por copia privada.