
Drew Carey
La música y quienes de alguna manera la practican nunca comienzan en estudios de grabación ni en grandes estadios. El virus musical suele incubarse en algún lugar pequeño, familiar, en compañía de amiguetes –siempre- y bebidas espirituosas –frecuentemente. Todos los melómanos (practicantes o no) hemos tenido y tenemos un bar de referencia, en el que hemos escuchado música, visto a músicos en directo e incluso interpretado música (o algo parecido).
Algunos garitos otrora considerados poco menos que tugurios se han convertido en leyenda por haber servido como escenario de los comienzos de grandes bandas. The Cavern (Liverpool) o InDra (Hamburgo) tuvieron el privilegio de escuchar por primera vez a ciertos chavales, imberbes en aquella época, que harían historia. Unos años más tarde y al otro lado del charco, clubs como el CBGB albergaban los conciertos de otros melenudos insignes, enfundados en sus cazadoras de cremalleras.
También en España, y particularmente en Madrid, ha habido bares históricos, como el Penta, donde Antonio escuchaba canciones que conseguían que pudiera amar a la chica de ayer, o el Kwai (donde el tristemente desaparecido Constante suministraba cubatas a discreción a los chicos de Siniestro), o la cafetería de Periodismo, conocida como “la única cafetería de Madrid que tiene Facultad”.
Algunos garitos otrora considerados poco menos que tugurios se han convertido en leyenda por haber servido como escenario de los comienzos de grandes bandas. The Cavern (Liverpool) o InDra (Hamburgo) tuvieron el privilegio de escuchar por primera vez a ciertos chavales, imberbes en aquella época, que harían historia. Unos años más tarde y al otro lado del charco, clubs como el CBGB albergaban los conciertos de otros melenudos insignes, enfundados en sus cazadoras de cremalleras.
También en España, y particularmente en Madrid, ha habido bares históricos, como el Penta, donde Antonio escuchaba canciones que conseguían que pudiera amar a la chica de ayer, o el Kwai (donde el tristemente desaparecido Constante suministraba cubatas a discreción a los chicos de Siniestro), o la cafetería de Periodismo, conocida como “la única cafetería de Madrid que tiene Facultad”.
El Pulpo, en su vuelta gradual a la red, recuerda hoy a los bares, no sólo los específicamente musicales, sino también los de toda la vida (en los que el mozo te pone “un trozo de bayonesa y un café, que a la señorita la invita monsieur”…), ya que en todos ellos hay música. La que sale por los altavoces y, sobre todo, la de las risas. Buena semana.