
George Bernard Shaw
Personalmente me encantan todos aquellos temas que poseen esa capacidad casi fantasmagórica de hacer que nuestros pies se despeguen inconscientemente del suelo. Incluso para un bailarín tímido y patoso (el segundo adjetivo explica el primero) como servidor, las canciones que incitan al baile tienen una especie de magia singular.
Eso sí, como en el mundo en que vivimos está todo inventado, existen canciones fabricadas con pack especial de regalo, que incluye baile diseñado ad hoc. Una de las primeras fue la Yenka, cuya antológica contraportada de single (en la foto, gracias al inagotable archivo de The Fool on the Hill) proporcionaba instrucciones precisas para el bailecito. La verdad es que, como todo lo nuevo, tenía su gracia. Ahora bien, los problemas empiezan cuando este tipo de canciones se multiplican con una rapidez superior a la de un Gremlin en una piscina. Y, de acuerdo con el teorema de Racoon, la calidad de un tema es inversamente proporcional a la probabilidad de que tenga baile incorporado. Ahí están los ejemplos: “Saturday night”, “No rompas más mi pobre corazón”, “Aserejé”, etc., etc.
Cierto es que algunos de estos bailes prefabricados tienen su punto de diversión. Incluso algunos intérpretes han creado bailes para la historia, como el gran Travolta (capaz de hacer una comedia de sí mismo en la mítica escena de Pulp Fiction). Pero qué quieren que les diga, hay cosas que no pueden ser. Cuando veo en la tele a esa niñita berreando eso de “antes muerta que sencilla” tengo que reprimirme para no desearle la más absoluta sencillez……