
“¿Será posible que los tiempos que nos ha tocado vivir no nos hayan enseñado a tener una actitud más cautelosa en vez de destruir a las personas de talento?”
Mstislav Rostropovich
Mientras el pasado viernes los madrileños y asimilados nos preparábamos para el largo puente de mayo, una larga enfermedad se llevaba para siempre a uno de los mejores instrumentistas que hemos conocido: Mstislav Leopoldovich Rostropovich.
Nacido en 1927 en Baku (entonces Unión Soviética, ahora Azerbaiyán), Rostropovich inició su formación musical en el Conservatorio de Moscú, bajo la tutela de profesores como Shostakovich o Prokofiev (que más tarde escribirían obras especialmente para él). Desde sus inicios, Rostropovich destacó fundamentalmente por dos aspectos: el primero, por desarrollar una técnica de violonchelo casi extraterreste (como decía el propio maestro, el instrumento era “su voz”), que le hizo obtener prácticamente todos los grandes galardones existentes para jóvenes músicos rusos de su tiempo; el segundo, por mostrar una firme oposición a los distintos atentados del régimen soviético contra la libertad artística.
Esta oposición alcanzó su culmen en 1970, con la carta abierta que Rostropovich dirigió al diario Pravda (a la que pertenece la cita que abre estas líneas), en defensa del escritor Solzhenitsyn. Dicha misiva le valió, entre otras cosas, el ser designado para la motivadora misión de ofrecer una gira de recitales en diversos pueblos perdidos de Siberia.
Visto lo insostenible de la situación, Rostropovich abandonó su Rusia natal, pensando que nunca volvería. Sí lo hizo, no obstante, tras la caída del muro de Berlín, evento que el músico celebró en el propio lugar interpretando una suite de Bach (foto).
Mstislav Rostropovich
Mientras el pasado viernes los madrileños y asimilados nos preparábamos para el largo puente de mayo, una larga enfermedad se llevaba para siempre a uno de los mejores instrumentistas que hemos conocido: Mstislav Leopoldovich Rostropovich.
Nacido en 1927 en Baku (entonces Unión Soviética, ahora Azerbaiyán), Rostropovich inició su formación musical en el Conservatorio de Moscú, bajo la tutela de profesores como Shostakovich o Prokofiev (que más tarde escribirían obras especialmente para él). Desde sus inicios, Rostropovich destacó fundamentalmente por dos aspectos: el primero, por desarrollar una técnica de violonchelo casi extraterreste (como decía el propio maestro, el instrumento era “su voz”), que le hizo obtener prácticamente todos los grandes galardones existentes para jóvenes músicos rusos de su tiempo; el segundo, por mostrar una firme oposición a los distintos atentados del régimen soviético contra la libertad artística.
Esta oposición alcanzó su culmen en 1970, con la carta abierta que Rostropovich dirigió al diario Pravda (a la que pertenece la cita que abre estas líneas), en defensa del escritor Solzhenitsyn. Dicha misiva le valió, entre otras cosas, el ser designado para la motivadora misión de ofrecer una gira de recitales en diversos pueblos perdidos de Siberia.
Visto lo insostenible de la situación, Rostropovich abandonó su Rusia natal, pensando que nunca volvería. Sí lo hizo, no obstante, tras la caída del muro de Berlín, evento que el músico celebró en el propio lugar interpretando una suite de Bach (foto).
Este año nuestra Reina Sofía ya no podrá celebrar su cumpleaños con el tradicional concierto de su amigo Slava. El sonido de su Stradivarius es parte de la historia. Sin embargo, su pérdida no sólo tiene repercusión musical. En tiempos en los que los artistas se convierten día a día en expertos en política internacional (evitaré hablar del caso español para mitigar el riesgo de envenenamiento si, en un descuido, me muerdo la lengua), seguro que echaremos de menos a alguien que sólo criticó a los políticos para defender algo tan simple y tan complicado como la libertad para crear arte y permitir que los demás lo disfruten. Yo, por lo menos.
5 comentarios:
Qué buena dedicatoria a este gran músico, Miguel. Yo tuve el placer de escucharle en el Polideportivo de Anoeta en Donosti hace ya unos años, cuando mi inquietud por la música clásica era bastante mayor que la que tengo ahora...
Me quedo con las últimas frases del artículo de esta semana. Mi forma de entender la música y el arte en general, es la misma que la del MAESTRO que nos acaba de dejar. Odio a la gente que se empeña en ligar la música a ideas políticas. La música, gracias a Dios, está muy por encima de todo eso. A mí me gusta oir una canción y que no me cuenten historias para no dormir. Luego, existe el fenómeno que no acabo de entender de,- "ah, es que ese tío es un rojo o un facha, según el caso, y ya no me gustan sus canciones (independientemente de que se hayan parado a oirlas...)" Personalmente, me da igual lo que piense el fulano, con quién se acueste y lo guapo o feo que sea, mientras no me lo venda en sus canciones. Si la canción es buena y me gusta, ya está.
Además, si la música amansa las fieras, es a TODAS.
Lo bueno de los grandes es que nunca nos dejan, aunque se vayan. Aparte de eso, totalmente de acuerdo en que la música es para sentirla, no para utilizarla; y para ejemplo, un botón: a mí me encanta Silvio. ¡Quien lo diría...!
Genial, simplemente...
Y a mí me mola Ana Belén, no te jode...
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