
“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?”
Horacio Ferrer
Mucho de Buenos Aires es música. Empezando por el inconfundible tono de voz de sus habitantes, la musicalidad está presente de manera constante. A veces en forma esperada (calles, restaurantes, bares) y a veces no tan esperada (como por ejemplo en el fútbol; cualquier visitante novato que acuda a la platea de la Bombonera se verá inevitablemente “arrastrado” a cantar canciones que pocas horas antes desconocía totalmente...).
Ahora bien, si hay un estilo musical que represente a la ciudad porteña, ése es el tango. Originado en la segunda mitad del siglo XIX a orillas del Río de la Plata, como parte de un proceso de mestizaje sin parangón en la historia contemporánea, el tango incorpora desde componentes africanos hasta instrumentos europeos (bandoneón), rezumando sensualidad en todo momento. Siendo como es una de las mayores atracciones turísticas de Buenos Aires, el tango mantiene su capacidad evolutiva y de incorporación de nuevos elementos musicales, lo que, en mi opinión, le permite conservar su frescura y resistir el desgaste turístico.
Hace muy poco tuve la oportunidad de asistir a La Esquina de Homero Manzi, uno de los locales tangueros bonaerenses más conocidos, que pese a su fama aún conserva cierto sabor tradicional. Allí pude apreciar el buen hacer de los bailarines, que siempre manteniendo caras serias (el tango es triste por definición) flotaban literalmente sobre el escenario. Sin embargo, curiosamente, no fue eso lo que más me impresionó. Pese a la espectacularidad del baile, no pude dejar de fijarme en la clásica banda de tango (piano, contrabajo, bandoneón y violín) que acompañaba a los danzantes. Aunando veteranía, juventud y una excepcional técnica (sus credenciales me hicieron comprender mejor este punto), los músicos hicieron suyo el repertorio de grandes clásicos como Troilo o Piazzolla, mostrando unos niveles de virtuosismo y compenetración difíciles de superar.
El viajero “gashego” que visite por primera vez Buenos Aires descubrirá algunas creaciones argentinas sorprendentes -como Super Hijitus o Petete, por ejemplo-, pero no debe dejar de disfrutar las clásicas, como el tango. Sin duda, un espectáculo digno de ver. Y, por supuesto, de escuchar.
Horacio Ferrer
Mucho de Buenos Aires es música. Empezando por el inconfundible tono de voz de sus habitantes, la musicalidad está presente de manera constante. A veces en forma esperada (calles, restaurantes, bares) y a veces no tan esperada (como por ejemplo en el fútbol; cualquier visitante novato que acuda a la platea de la Bombonera se verá inevitablemente “arrastrado” a cantar canciones que pocas horas antes desconocía totalmente...).
Ahora bien, si hay un estilo musical que represente a la ciudad porteña, ése es el tango. Originado en la segunda mitad del siglo XIX a orillas del Río de la Plata, como parte de un proceso de mestizaje sin parangón en la historia contemporánea, el tango incorpora desde componentes africanos hasta instrumentos europeos (bandoneón), rezumando sensualidad en todo momento. Siendo como es una de las mayores atracciones turísticas de Buenos Aires, el tango mantiene su capacidad evolutiva y de incorporación de nuevos elementos musicales, lo que, en mi opinión, le permite conservar su frescura y resistir el desgaste turístico.
Hace muy poco tuve la oportunidad de asistir a La Esquina de Homero Manzi, uno de los locales tangueros bonaerenses más conocidos, que pese a su fama aún conserva cierto sabor tradicional. Allí pude apreciar el buen hacer de los bailarines, que siempre manteniendo caras serias (el tango es triste por definición) flotaban literalmente sobre el escenario. Sin embargo, curiosamente, no fue eso lo que más me impresionó. Pese a la espectacularidad del baile, no pude dejar de fijarme en la clásica banda de tango (piano, contrabajo, bandoneón y violín) que acompañaba a los danzantes. Aunando veteranía, juventud y una excepcional técnica (sus credenciales me hicieron comprender mejor este punto), los músicos hicieron suyo el repertorio de grandes clásicos como Troilo o Piazzolla, mostrando unos niveles de virtuosismo y compenetración difíciles de superar.
El viajero “gashego” que visite por primera vez Buenos Aires descubrirá algunas creaciones argentinas sorprendentes -como Super Hijitus o Petete, por ejemplo-, pero no debe dejar de disfrutar las clásicas, como el tango. Sin duda, un espectáculo digno de ver. Y, por supuesto, de escuchar.
6 comentarios:
Ya sea como danza, música, poesía o cabal expresión de una filosofía de vida, el tango posee una larga y valiosa trayectoria, jalonada de encuentros y desencuentros, amores y odios, nacida desde lo más hondo de la historia argentina. Historia que surge de fusiones e inclusiones, del derrumbe de antiguas civilizaciones y el emplazamiento de una nueva cultura ecléctica, enriquecida por los valiosos aportes de quienes emigraron a las pampas en busca de mejor vida.
Me alegro mucho de que te haya gustado tanto haber ido a Homero Manzi !
Aunque sea poco original, me quedo con el mítico de "Esencia de mujer". Indescriptible! ¡Quién puede no enamorarse!
Pues eso, que te lo hagas mirar...
Pero Yago, joder, a ver si dejas al chaval en paz de una vez, que mira que eres pesado. Saludos y una feliz y pronta recuperación al Diego.
Me encantan los tangos, y coincido con titi. Quién no se enamoraría bailando ese tango, cuya música para más señas es de (de quién sino) Carlos Gardel. Y que, aunque en la película sea instrumental, en realidad tiene letra, se llama "Por una cabeza", y cuenta la historia de una carrera, un potrillo, y una mujer.
Con esos mimbres, quién no perdería la cabeza.
Sin dejar de apreciar la musica de arrabal y porteña, no quiero dejar de mencionar otra musica popular argentina, la de las chalchas, cuecas y zambas, de la Argentina más profunda y representada por grupos como los Chalchaleros, los Fronterizos o los más innovadores los Nocheros.
Un saludo desde los mares del sur ( de la Península, claro)
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